lunes, 5 de octubre de 2015 | Por: Pedro López Ávila

El declive de Artur Mas

Óscar Borrás - www.mileniumgallery.com
Personalmente nunca he llegado a comprender con exactitud en qué está basada la singularidad o el sentimiento de un vasco, de un catalán o de un andaluz con respecto a otros estados, regiones, provincias o municipios. Supongo que en las costumbres y en las tradiciones. Cualquier libro de geografía física o diccionario enciclopédico suelen reseñar a cada pueblo algunos rasgos o características de su población, plagada de tópicos, que carece de base científica o sociológica.
Así, se describe a los franceses como chauvinistas, a los ingleses flemático a los rusos secos y ásperos en el trato, y a los españoles torerillos y flamencotes. En fin, al fijar la patria de la persona, las combinaciones del ADN o el realizar referencias al RH negativo no da gran luz ni aportan nada desde el punto de vista de la persona o género humano.
Tampoco entiendo la ligereza con que se habla de la identidad de los catalanes frente a otras regiones (basada en unas cuantas diferencias), cual si se tratara de un proceso mensurable y matemático en el que todos los ciudadanos comparten los mismos rasgos o caracteres. Por el contrario, entiendo que la única originalidad que pueda tener un pueblo radica exclusivamente en su cultura. Lo demás limita y crea injusticia.
Decía Baroja: «quizá que donde pueda haber algo como una tradición única o, por lo menos homogénea, sería en una raza, en una subraza o en una tribu aislada; pero no siempre la hay».
Así pues, siempre me ha parecido que las diferencias existentes entre unos pueblos y otros han sido sociales y económicas, es decir, de la riqueza frente a la pobreza (independientemente de sus costumbres o folklores), porque de lo contrario caeríamos en la tentación de creer en la superioridad moral y étnica de unos hombres sobre otros.
No deberíamos olvidar que Sabino Arana (Fundador del Partido Nacionalista Vasco), caracterizado por su ideología xenófoba, racista y separatista, había libado su nacionalismo en Barcelona con los catalanistas y había aceptado con entusiasmo sus doctrinas. Sin embargo, consideraba españoles a los catalanes y, aparte de sus disparatadas teorías racistas, expresó: «Cataluña es española por su origen, por su naturaleza política, por su raza, por su lengua, por su carácter y por sus costumbres».
Sabino Arana debió nutrirse también en los estudios del filólogo e historiador Manuel Larramendi, precursor del nacionalismo vasco. Para él, la nobleza del guipuzcoano no viene de los reyes, sino que es una nobleza étnica, de no haberse mezclado la población ni con judíos, ni con moros, ni con godos, ni con americanos (ni con Pizarros ni con Pinzones). Por tanto, para este jesuita la nobleza supone raza.
Sin embargo, por mucho que nos sigamos empeñando, Cataluña nunca ha sido un reino independiente, sino el resultado de múltiples civilizaciones y culturas asentadas en distintos territorios (según las épocas), así como de los procesos culturales en las distintas edades históricas. Además, se debería saber que la primera capital de la Hispania romana fue Tarragona y de la Hispania visigoda fue Barcelona; que también participó en la reconquista o conquista (según se quiera mirar) y en procesos repobladores de otras regiones españolas.
La instrumentalización exótica que ha llevado al desvarío al Sr. Artur Mas, mediante los más sofisticados pactos con fuerzas antagónicas para marcar el rumbo de la Historia de España ha fracasado totalmente, aunque nos quiera convencer de que dos millones de votos es menos que un millón ochocientos.
Antes bien, lo peor de todo es que la sociedad catalana ha quedado tan partida y, me atrevería a decir, tan desmenuzada ideológicamente que va a resultar harto complicado conciliar, durante varias generaciones, actitudes tan excitadas como la de la CUP (que ya está invitando a la ciudanía a la desobediencia de la soberanía de España), frente a otras formas de interpretar la realidad del resto de los partidos, cuyos programas chocan frontalmente con aquella y entre sí mismos.
Los independentistas y no independentistas han dejado de lado los problemas sociales, que no son pocos; han votado olvidando programas, creyendo que la solución a sus males estaba en función a separarse o no de España. Artur Mas y los del 3% (o el porcentaje que fuere) con su radicalización por la independencia no están en condiciones de dirigir un proceso en el que más de la mitad de los catalanes le han dicho que no quieren la secesión, aunque él seguirá erre que erre. ¿Sería acaso por debilidad o porque temiera a algo?
El caso es que Mas ha hecho mucho daño a los españoles en general y a los catalanes en particular, sacando rédito a la crisis económica que estamos padeciendo, porque no sólo ha generado un odio inmenso entre muchos ciudadanos de las distintas comunidades contra los catalanes, o de una parte de la población catalana contra los españoles, sino lo que es pésimo, entre los propios catalanes. Para ese viaje no hacían falta alforjas.
Publicado por el periódico IDEAL con fecha 1-10-2015
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