viernes, 28 de noviembre de 2014 | Por: Pedro López Ávila

Indecencias

Esa sen­sa­ción de im­pu­ni­dad que per­ci­be la po­bla­ción de es­tos gran­des man­gan­tes es lo que sa­ca de qui­cio a un pue­blo, que ca­da día ve au­men­tar la po­bre­za en las ca­pas más vul­ne­ra­bles de la so­cie­dad.


Yo que estaba empachado de políticos, de tertulianos, de editoriales periodísticas, de moralinas ambulantes, de escuchar recetas políticas y económicas en peluquerías y bares por muchos majagranzas que andan sueltos por este mundo, y en donde cualquiera se convertía en un buen tío, simplemente con repetir frases deshilachadas, recogidas de aquí y de allá; miren ustedes por donde resulta que el interés por la cosa pública está volviendo a apoderarse nuevamente de las vidas los ciudadanos.

Resulta que cada vez son mayorías las plataformas cívicas y partidos políticos, que están surgiendo ante la perseverante ceguera institucional del saqueo al que ha estado y sigue estando sometida nuestra patria. Todo esto con el mayor grado de indecencia que cabría esperar de nuestros regidores, que han variado mil veces los valores de sus propias ideas en favor del provecho personal.

Verán ustedes: mientras Jordi Évole en días anteriores entrevistaba al líder de Podemos, Pablo Iglesias, y obtenía una cuota de pantalla de casi cinco millones de telespectadores (todo un récord), resulta que a las pocas horas eran detenidos 51 personas en una macroredada, realizada por la Guardia Civil en Madrid, entre las que figuraban el ex secretario general del PP, Francisco Granados, mano derecha de Esperanza Aguirre durante varios años, a distintos alcaldes de localidades madrileñas y de otras autonomías, empresarios, funcionarios municipales, un guardia civil , así como al presidente de la Diputación de León y a los que no sé si algún día la justicia dará un paso definitivo para acabar con presas mayores, pues a decir de algunos, esto todavía podría considerarse en términos metafóricos fauna menor.

A la trama se le imputa blanqueo de capitales, falsificación de documentos, delitos fiscales, cohecho, tráfico de influencias, malversación de caudales, prevaricación, revelación de secretos, negociaciones prohibidas a funcionarios, fraudes contra la administración y organización criminal. Casi nada.

Ya me he pronunciado en otras ocasiones que no me gustan nada las aseveraciones de Pablo Iglesias, pues, a mi parecer, en toda aseveración, cualquiera que fuera la procedencia, siempre se suele ocultar un punto último del hablar dogmático. Tampoco me gustan las paradójicas soluciones que ofrece, tan etéreas y contundentes a la vez como peligrosas para salir de esta maldita crisis. Pero, claro, si se lo ponen a huevo, resulta que cada día que transcurra votos a la mochila. Sus declaraciones no pudieron ser más explicitas en la entrevista que le realizó en Ecuador Jordi Évole: «Nosotros no somos el resultado de nuestros aciertos, sino de un desastre generalizado», para continuar diciendo que los padres de Podemos son el PP y el PSOE.

Claro que sí, señor Iglesias, en este extremo tiene usted toda la razón, y algo tendrá el vino cuando lo bendicen. Y algo tendrá usted cuando tiene más audiencia en España que un Real Madrid-Barcelona, pero lo que me provoca sobresalto es pensar que si algún día llegara usted a ser presidente del Gobierno de España, ¿existiría la posibilidad de escribir este artículo con la mala leche como la que tengo hoy en el cuerpo, en el supuesto de que se produjeran casos de corrupción generalizada como se dan en algunos sistemas dictatoriales de distintos signos, sin sufrir persecución política alguna? Esa es simplemente mi duda.

Es verdad que este país no nos ofrece tregua alguna a la corrupción, dado que unos y otros han llegado de puntillas con un postureo compungido para enriquecerse, para colocar a parientes, amigos y allegados en los puestos de confianza, y con el claro objetivo de convertirse en gente de sutil cacumen. Vamos, lo que el Sr. Iglesias viene a denominar la casta.

Pero lo que más escandaliza al ciudadano, a la persona, es que la ley actual está hecha para el robagallinas y no para el gran defraudador, tal y como dice el presidente del Consejo del Poder Judicial, pues estos con un pescozón de sus correligionarios de partido y su dimisión antes de que los echen van que chutan a la íntima paz de sus paraísos fiscales.

Esa sensación de impunidad que percibe la población de estos grandes mangantes es lo que saca de quicio a un pueblo, que cada día ve aumentar la pobreza en las capas más vulnerables de la sociedad. Desde el comienzo de la crisis ha aumentado el número de niños pobres, hasta alcanzar la cifra de tres millones, que son ya los que viven por debajo del umbral de la pobreza, mientras muchos de nuestros dirigentes políticos desvalijan las arcas públicas.

Estos apátridas de todas las ideologías, menos de la desvergonzada acumulación de su capital, nunca asumen sus abismos de culpa y habría que enviarlos por lo menos al tercer Canto del Infierno de la Divina Comedia. Las leyes las han hecho ellos para sí mismos y la justicia la han compuesto tan injusta que han devorado y tiranizado al sistema democrático.

Artículo publicado en Ideal el día 16 de noviembre de 2014, página 31.


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domingo, 23 de noviembre de 2014 | Por: Pedro López Ávila

PEDRO ROLDÁN O EL ACCESO A LA CLARIDAD

Nunca sabremos cuál es la energía en donde bebe la obra de arte, de qué hálito se nutre o de dónde recoge las esencias enigmáticas el talento creativo del artista.

Lo que si podemos intuir es que la obra de Pedro Roldán surge de una extrema necesidad interior, que emana de una secreta y notabilísima sensibilidad, para expresar sus emotivo intimismo en la bruma humedecida del paisaje y así poder ejecutar su mística  dicción plástica.  


Las hadas que iluminan los colores y la perfección geométrica del dibujo no sería suficiente para explicar el tránsito de la realidad al misterio. En la obra de Pedro Roldán el misterio hay que sentirlo, y explicarlo sería tanto como comprimirlo.

La palabra y la imagen se pueden mostrar incompatibles, incluso pueda parecer que se repelen: la savia en la nieve, el fuego reflejado en la quietud y el sosiego del lago o los arboles en fronteras aladas pueden sacudir nuestro estado emocional; sin embargo, las imágenes en la obra de Roldán enlazan conceptos  que van más allá de lo racional, de la conciencia y de la lógica, que nos transporta a un mundo surcado por el sueño, al filo de lo inconsciente o de otras dimensiones que sólo él es capaz expresar con magistral intuición.

Los espacios de Pedro Roldan son solitarios campos en las horas crepusculares o soberbias propuestas arquitectónicas de  un tiempo que parece detenido, en donde prevalecen más las sensaciones sugeridas que la propia belleza del paisaje en sí mismo.

Su proceso de trabajo es reposado, lento, perfeccionista y acompasado con todas las posibilidades cromáticas que brotan de la materia; conquista, por tanto, las complejidades del color, para que  esté dispuesto de tal forma que haga flotar la luz (natural o artificial) sin que ningún elemento o textura sean discordantes en la armonía y en el equilibrio de su obra.

En definitiva, en cada una de las creaciones de Pedro Roldán se perpetúan la realidad, la fantasía y el sueño, con hallazgos técnicos tan personalísimos que parece tarea imposible realizar un frío análisis sobre prestamos o influencias de otros artistas, porque es un hombre con una visión tan intangible del mundo que la contradicción entre lo irreal y la experiencia es sólo aparente.

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