miércoles, 16 de julio de 2014 | Por: Pedro López Ávila

La mentira como argumento

Santos Hu - www.mileniumgallery.com
Esta civilización en la que vivimos si no está muerta está moribunda, pues se sustenta en el fingimiento, en el disimulo y en la cobardía de la mentira, enmascarada de mil maneras

A veces pienso que es bueno nacer en una época rastrera, depravada y corrupta, pues en comparación con los demás, se puede recibir el reconocimiento de ser hombre bueno, honrado y hasta virtuoso, siempre y cuando la conducta vaya acompañada de la verdad. Hoy día la mentira es un elemento muy útil para obtener provecho público o privado; es decir, con la mentira se articulan engaños que van desde la propia corrupción política, hasta el poder librarse de entrar en la cárcel los asesinos más crueles, atroces y deleznables de nuestro tiempo. Estos consideran una necedad la decencia de ir acompañados por la verdad a cualquier juicio o causa instruida contra ellos, ya que es la propia ley la que les ampara para poder mentir en su defensa.
Esta civilización en la que vivimos si no está muerta está moribunda, pues se sustenta en el fingimiento, en el disimulo y en la cobardía de la mentira, enmascarada de mil maneras, que se ha instalado entre nosotros para justificar comportamientos que esclavizan a la humanidad. Apolonio de Tyana decía en sus cartas que correspondía a los siervos mentir y a los libres el decir la verdad.
Ya sabemos que no siempre se ha de decir todo, pues sería estupidez que, en todo tiempo, podría actuar en contra del individuo, sobre todo sabiendo que algunos silencios retumban más que las propias palabras, pero la mentira oficializada en las instituciones no deja de ser una gran maldad que ve su prolongación en la sociedad como algo natural.
No es en absoluto recurrente decir que el hombre actual sienta la percepción de que los políticos mienten y que incluso en el debate de ideas unos se acusen a otros de mentir con tal de que sus argumentaciones de todo tipo se impongan sobre las de los demás, con el único objetivo de ganarse adeptos para conquistar el poder.
Una vez conseguido este, el paso siguiente es colocar a familiares, amigos, parientes y allegados en determinados puestos logísticos que les permitan a cada uno mantenerse en las cotas de poder que les han sido asignadas y de esta forma no hacer peligrar en demasía los favores que les han beneficiado, sin más mérito que pertenecer o ser afín a la congregación.
Por su parte los abogados, fiscales y jueces de nuestra época hallan en todas las causas suficientes puntos de vista para interpretarlas como mejor les parece. Y aunque ya sabemos que históricamente el derecho, amparado en la legislación de cada civilización y de cada sistema, es ciencia tan infinita y sujeta a la autoridad de tantas opiniones, no existe un proceso tan claro como para que en él no existan ideas distintas. Lo que consideran unos puede ser considerado por otros al revés y ellos mismos al revés otra vez.
De todo esto vemos ejemplos recientes en los que es muy difícil que alguien cumpla con sus penas, ya sean por haber cometido crímenes monstruosos o bien por haberse apoderado del dinero del vecino que estaba depositado en el erario público. Claro que como las leyes están conformadas en su origen de forma viciada los que delinquen (vulnerándolas o violándolas), conocen mejor sus derechos que sus propios abogados, pues siempre van disfrazados con la máscara de la mentira, adiestrados en la perfidia , sin que les remuerda la conciencia si faltan a la verdad.
Así las cosas, nos encontramos con que las sentencias son recurridas tantas veces como fueran necesarias en la incesante búsqueda de nuevas mentiras y por consiguiente, al no acatar los fallos, se va de unas instituciones a otras superiores; es decir, de unos jueces a otros para decidir sobre una misma causa hasta conseguir que prescriban los delitos en muchos casos.
Escuchando el otro día al jurista Martín Pallín, Fiscal del Tribunal Supremo, en un programa televisivo, me llamó poderosamente la atención cuando dijo que aprendió de sus maestros procesalistas «que a la hora de dictar sentencia tan independiente es un juez de paz como el Tribunal Supremo».
Bueno, pues aun en el supuesto de que el Poder Judicial se crea independiente, pidan respeto y dejen de sufrir ataques descalificatorios; de lo que no cabe ninguna duda es que el recorrido, que realizan los imputados en libertad bajo fianza, se hace interminable, por faltar tantas veces a la verdad y hasta a la propia mentira.
Las manifestaciones del Poder Político, por su parte, son siempre las mismas: el acatamiento a las sentencias o a las decisiones judiciales; aunque, según haya viento de poniente o de levante, aparecerá la apostilla correspondiente como convenga: acatarlas, pero también expresar el desacuerdo.
Por tanto, al amontonarse la mentira y la contradicción en millones de folios de los procesos, para decidir sobre una misma causa, hace que la justicia sea extremadamente lenta y la ciudadanía, utilizando el sentido común, tenga una percepción anticipada de cuáles van a ser las resoluciones judiciales, lo que desacredita enormemente la autoridad y la limpieza de cualquier sistema jurídico.

Artículo Publicado en Ideal el 16 de julio de 2014, página 29


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