jueves, 5 de junio de 2014 | Por: Pedro López Ávila

ABDICACIÓN DEL REY DE ESPAÑA


Carles Bellosta - www.mileniumgallery.com

El pasado lunes, ante la sorpresa de todos, el Rey de España, Juan Carlos I abdicó en el Príncipe Felipe a todos los derechos y obligaciones que le confiere la Jefatura del Estado.

Estoy seguro que podría haber pasado de la lógica de las razones para continuar y soportar el peso de los que han alegado tradicionalmente fundamentos en contra de la monarquía española. Sin embargo, las presuntas deslealtades codiciosas que han sacudido a miembros de su familia a las que, a mi parecer existirían pocas excusas legitimas de defensa, han acelerado el camino para su abdicación, conforme a lo que más conviene y a la vez le es más natural a su deteriorada salud.

Personalmente, quedará grabado en mi memoria el haber detenido el golpe de estado un 23 de febrero del año 1981, a pesar de que sepa que han existido y existan teorías de la conspiración deshonestas y sucias, pero yo no tengo más remedio que creerme a los representantes políticos de la época que estaban en el Congreso (de todas las ideologías) y que han desmentido fehacientemente participación alguna de nuestro monarca. Con eso me basta.

Todos los presidentes democráticos de España han resaltado siempre que el Rey Juan Carlos I ha sido un embajador inestimable para la cohesión social, humanitaria y desarrollo de los pueblos en el mundo, así como un importante mediador que ha proporcionado significativas repercusiones económicos en favor de los empresarios españoles.

Sin embargo, nadie es responsable de los actos de los demás, incluidos hijas y yernos, como tampoco hay hombre tan justo sobre la tierra que si se examinan todos sus actos y pensamientos a luz de las leyes o de la conciencia no haya de ser juzgado y sancionado al menos más de unas cuantas veces en su vida.

A mí me importa bien poco qué tipo de relaciones más o menos amistosas haya podido tener nuestro Monarca con la princesa alemana Corinna, en todo caso, a quién debería importar sería a la Reina, pues tengo que decir que mis sentimientos siempre se han conservado inmóviles ante hipótesis o realidades que incumban a la vida privada de cada cual.

Otra cosa es que algún negocio pudiera no haber salido como insinúa algún grupo de poder, sin embargo habría que ser justos y equilibrar la balanza y, por tanto,  debería decirse también que las intercesiones de Juan Carlos I con políticos y dirigentes de otros continentes han servido como elementos coadyuvantes para el desarrollo de empresas españolas en el extranjero.

No debería guiar la pasión ni el odio a los defensores de la república, para que los más jóvenes se queden con la imagen más decadente  de la monarquía y del Jefe del Estado como si hubiera estado dedicado a la cacería de elefantes y desviado por intereses privados, pues al final la historia deja a cada uno en su sitio. Decía Cicerón: "que use la pasión el que no pueda usar la razón".

Cuando toma partido mi voluntad, no lo hace con obligación tan agradecida que mi pensamiento quede infectado. No puedo ignorar las cualidades loables que pudieran tener otras formas de gobierno, ni las reprochables a las que ahora sigo, pero Juan Carlos I ha sido durante 39 años el mejor agente impulsor de la democracia y de las libertades allá por donde fuera y merece el respeto más sentido de todos los españoles entre los que me encuentro yo. 

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