viernes, 28 de noviembre de 2014 | Por: Pedro López Ávila

Indecencias

Esa sen­sa­ción de im­pu­ni­dad que per­ci­be la po­bla­ción de es­tos gran­des man­gan­tes es lo que sa­ca de qui­cio a un pue­blo, que ca­da día ve au­men­tar la po­bre­za en las ca­pas más vul­ne­ra­bles de la so­cie­dad.


Yo que estaba empachado de políticos, de tertulianos, de editoriales periodísticas, de moralinas ambulantes, de escuchar recetas políticas y económicas en peluquerías y bares por muchos majagranzas que andan sueltos por este mundo, y en donde cualquiera se convertía en un buen tío, simplemente con repetir frases deshilachadas, recogidas de aquí y de allá; miren ustedes por donde resulta que el interés por la cosa pública está volviendo a apoderarse nuevamente de las vidas los ciudadanos.

Resulta que cada vez son mayorías las plataformas cívicas y partidos políticos, que están surgiendo ante la perseverante ceguera institucional del saqueo al que ha estado y sigue estando sometida nuestra patria. Todo esto con el mayor grado de indecencia que cabría esperar de nuestros regidores, que han variado mil veces los valores de sus propias ideas en favor del provecho personal.

Verán ustedes: mientras Jordi Évole en días anteriores entrevistaba al líder de Podemos, Pablo Iglesias, y obtenía una cuota de pantalla de casi cinco millones de telespectadores (todo un récord), resulta que a las pocas horas eran detenidos 51 personas en una macroredada, realizada por la Guardia Civil en Madrid, entre las que figuraban el ex secretario general del PP, Francisco Granados, mano derecha de Esperanza Aguirre durante varios años, a distintos alcaldes de localidades madrileñas y de otras autonomías, empresarios, funcionarios municipales, un guardia civil , así como al presidente de la Diputación de León y a los que no sé si algún día la justicia dará un paso definitivo para acabar con presas mayores, pues a decir de algunos, esto todavía podría considerarse en términos metafóricos fauna menor.

A la trama se le imputa blanqueo de capitales, falsificación de documentos, delitos fiscales, cohecho, tráfico de influencias, malversación de caudales, prevaricación, revelación de secretos, negociaciones prohibidas a funcionarios, fraudes contra la administración y organización criminal. Casi nada.

Ya me he pronunciado en otras ocasiones que no me gustan nada las aseveraciones de Pablo Iglesias, pues, a mi parecer, en toda aseveración, cualquiera que fuera la procedencia, siempre se suele ocultar un punto último del hablar dogmático. Tampoco me gustan las paradójicas soluciones que ofrece, tan etéreas y contundentes a la vez como peligrosas para salir de esta maldita crisis. Pero, claro, si se lo ponen a huevo, resulta que cada día que transcurra votos a la mochila. Sus declaraciones no pudieron ser más explicitas en la entrevista que le realizó en Ecuador Jordi Évole: «Nosotros no somos el resultado de nuestros aciertos, sino de un desastre generalizado», para continuar diciendo que los padres de Podemos son el PP y el PSOE.

Claro que sí, señor Iglesias, en este extremo tiene usted toda la razón, y algo tendrá el vino cuando lo bendicen. Y algo tendrá usted cuando tiene más audiencia en España que un Real Madrid-Barcelona, pero lo que me provoca sobresalto es pensar que si algún día llegara usted a ser presidente del Gobierno de España, ¿existiría la posibilidad de escribir este artículo con la mala leche como la que tengo hoy en el cuerpo, en el supuesto de que se produjeran casos de corrupción generalizada como se dan en algunos sistemas dictatoriales de distintos signos, sin sufrir persecución política alguna? Esa es simplemente mi duda.

Es verdad que este país no nos ofrece tregua alguna a la corrupción, dado que unos y otros han llegado de puntillas con un postureo compungido para enriquecerse, para colocar a parientes, amigos y allegados en los puestos de confianza, y con el claro objetivo de convertirse en gente de sutil cacumen. Vamos, lo que el Sr. Iglesias viene a denominar la casta.

Pero lo que más escandaliza al ciudadano, a la persona, es que la ley actual está hecha para el robagallinas y no para el gran defraudador, tal y como dice el presidente del Consejo del Poder Judicial, pues estos con un pescozón de sus correligionarios de partido y su dimisión antes de que los echen van que chutan a la íntima paz de sus paraísos fiscales.

Esa sensación de impunidad que percibe la población de estos grandes mangantes es lo que saca de quicio a un pueblo, que cada día ve aumentar la pobreza en las capas más vulnerables de la sociedad. Desde el comienzo de la crisis ha aumentado el número de niños pobres, hasta alcanzar la cifra de tres millones, que son ya los que viven por debajo del umbral de la pobreza, mientras muchos de nuestros dirigentes políticos desvalijan las arcas públicas.

Estos apátridas de todas las ideologías, menos de la desvergonzada acumulación de su capital, nunca asumen sus abismos de culpa y habría que enviarlos por lo menos al tercer Canto del Infierno de la Divina Comedia. Las leyes las han hecho ellos para sí mismos y la justicia la han compuesto tan injusta que han devorado y tiranizado al sistema democrático.

Artículo publicado en Ideal el día 16 de noviembre de 2014, página 31.


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domingo, 23 de noviembre de 2014 | Por: Pedro López Ávila

PEDRO ROLDÁN O EL ACCESO A LA CLARIDAD

Nunca sabremos cuál es la energía en donde bebe la obra de arte, de qué hálito se nutre o de dónde recoge las esencias enigmáticas el talento creativo del artista.

Lo que si podemos intuir es que la obra de Pedro Roldán surge de una extrema necesidad interior, que emana de una secreta y notabilísima sensibilidad, para expresar sus emotivo intimismo en la bruma humedecida del paisaje y así poder ejecutar su mística  dicción plástica.  


Las hadas que iluminan los colores y la perfección geométrica del dibujo no sería suficiente para explicar el tránsito de la realidad al misterio. En la obra de Pedro Roldán el misterio hay que sentirlo, y explicarlo sería tanto como comprimirlo.

La palabra y la imagen se pueden mostrar incompatibles, incluso pueda parecer que se repelen: la savia en la nieve, el fuego reflejado en la quietud y el sosiego del lago o los arboles en fronteras aladas pueden sacudir nuestro estado emocional; sin embargo, las imágenes en la obra de Roldán enlazan conceptos  que van más allá de lo racional, de la conciencia y de la lógica, que nos transporta a un mundo surcado por el sueño, al filo de lo inconsciente o de otras dimensiones que sólo él es capaz expresar con magistral intuición.

Los espacios de Pedro Roldan son solitarios campos en las horas crepusculares o soberbias propuestas arquitectónicas de  un tiempo que parece detenido, en donde prevalecen más las sensaciones sugeridas que la propia belleza del paisaje en sí mismo.

Su proceso de trabajo es reposado, lento, perfeccionista y acompasado con todas las posibilidades cromáticas que brotan de la materia; conquista, por tanto, las complejidades del color, para que  esté dispuesto de tal forma que haga flotar la luz (natural o artificial) sin que ningún elemento o textura sean discordantes en la armonía y en el equilibrio de su obra.

En definitiva, en cada una de las creaciones de Pedro Roldán se perpetúan la realidad, la fantasía y el sueño, con hallazgos técnicos tan personalísimos que parece tarea imposible realizar un frío análisis sobre prestamos o influencias de otros artistas, porque es un hombre con una visión tan intangible del mundo que la contradicción entre lo irreal y la experiencia es sólo aparente.

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lunes, 27 de octubre de 2014 | Por: Pedro López Ávila

MIS CIUDADANOS


Artículo publicado en Ideal de Granada el 27/10/2014
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miércoles, 15 de octubre de 2014 | Por: Pedro López Ávila

ÁFRICA Y EL ÉBOLA

Contemplando - Galán Polaino - Técnica: acuarela- 150cmx94cm - www.mileniumgallery.com

No seré yo quien excuse a este gobierno de la responsabilidad política que pudiera derivarse del protocolo aplicado y de los fallos en cadena que al parecer se hayan podido producir para el contagio de ese maldito virus del ébola, que ha causado más de 4000 muertos según datos oficiales, y que ha llegado al mundo desarrollado en general y a nuestro país en particular. Pero si debo decir que para mí África es nombre de sufrimiento y de olvido, en donde la vida se apaga y en donde toda su historia queda resumida en la limpia sonrisa de los perdedores.

África ha sido y será siendo el fracaso de la humanidad. ¿Acaso este continente ha sido situado en algún momento de su historia en el punto de mira de los gobiernos, de los medios de comunicación o de la comunidad científica internacional para rescatarlo y redimirlo de sus hambrunas, de su sed, de sus enfermedades o de sus luchas intestinas? Ahora todos miran hacia Liberia, Guinea y Sierra Leona con miedo y con gran preocupación por ser el foco principal de donde surge el virus asesino.

Ahora se habla de la ayuda internacional para la creación de hospitales, para que el mundo negro y sus miserias se alejen lo más posible de nosotros y para que sea tratada in situ la enfermedad.

Y precisamente ahora comienza el inútil debate político sobre la medida del gobierno español de repatriar al misionero compatriota. Por lo demás, a nadie le importa la miseria, y la miseria hay que mantenerla alejada. Por esto África le es indiferente al otro mundo, a nuestro mundo, al que nada le interesa que los nombres desconocidos del mundo negro vayan a esconderse para morir en soledad, porque los infectados saben que pueden contagiar a sus seres más queridos. ¿A quiénes de nuestra civilización les podría causar algún sentimiento de dolor el saber que los cuerpos de los difuntos infectantes no puedan ser despedidos con el beso y el abrazo de sus familiares y amigos, según sus costumbres?

El mundo desarrollado se ha encontrado de la noche a la mañana con el terrible tormento que no puede aliviarse de ninguna forma: el miedo cuando la muerte le ronda, que pervivirá con nosotros, si no se encuentra de forma urgente alguna vacuna o medicamento contra un virus que ha sobrevivido en la población de los destronados de la tierra durante casi cuarenta años. Estoy convencido de que muy pronto se pondrá en marcha la maquinaria de la industria farmacéutica y de la investigación, para acabar con esta nueva pesadilla a la que a nuestros sistemas sanitarios les ha sorprendido por la indiferencia que conlleva la distancia de los desventurados. Sin embargo, esto se solucionará tal y como ocurrió con el virus VIH ,el mal de las vacas locas, el de la gripe porcina o la gripe A, en los últimos tiempos. Aunque, lo más importante es que el silencio de estos pueblos del olvido se ha hecho entender y espero que tomemos buena nota de ello, pues el miedo se asomará nuevamente a nuestras almas con la aparición de nuevas enfermedades que nos perseguirán, nos amenazarán y nos sorprenderán. Pero, como decía Seneca: "Entre los males propios de la naturaleza humana está esta ceguera del alma que arrastra al hombre a error y le lleva, después, a adorar su error".

Pedro López Ávila
http://pedrolopezavila.blogspot.com.es/

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jueves, 2 de octubre de 2014 | Por: Pedro López Ávila

Asociaciones de padres maltratados



Que nues­tra so­cie­dad es­tá en­fer­ma es al­go que no ne­ce­si­ta de­ma­sia­das ar­gu­men­ta­cio­nes pa­ra jus­ti­fi­car­lo; que nues­tras cos­tum­bres es­tán lle­gan­do a un gra­do de re­la­ja­ción pro­fun­da­men­te per­ver­so y mal­va­do, tam­po­co es pre­ci­so que re­cu­rra­mos a los me­dios de co­mu­ni­ca­ción pa­ra co­no­cer­lo; que la au­to­ri­dad del maes­tro o de los pro­ge­ni­to­res ca­da vez ejer­ce me­nos efi­ca­cia en los ni­ños, tam­po­co es ne­ce­sa­rio que nos lo cuen­ten los pe­da­go­gos, los psi­có­lo­gos o el ve­cino con el ha­ce­mos puer­ta.

Pien­so que la ma­yo­ría de nues­tros vi­cios for­man par­te con­sus­tan­cial de no­so­tros mis­mos des­de nues­tra más tier­na in­fan­cia, cuan­do los pa­dres jus­ti­fi­ca­mos con­duc­tas ma­lea­das, res­tán­do­les im­por­tan­cia en aras a la de­bi­li­dad de la edad li­ge­ra del su­je­to.

He vis­to a mul­ti­tud de ni­ños des­de que ini­cian sus pri­me­ros pa­sos, le­van­tar­le la mano a las ma­dres y a los pa­dres, gol­pear­les, es­cu­pir­les e in­sul­tar­los; in­clu­so, mon­tar en ple­na vía pú­bli­ca (ti­ra­dos en el sue­lo), «sin po­der­los le­van­tar», unas pa­ja­rra­cas que son au­tén­ti­cas se­mi­llas que ger­mi­na­rán con el pa­so del tiem­po en raí­ces de cruel­dad so­bre sus as­cen­dien­tes, con­vir­tién­do­se así en los pe­que­ños ti­ra­nos de la ca­sa.

Con el pa­so por la es­cue­la in­ten­tan re­pro­du­cir esas feas in­cli­na­cio­nes con los com­pa­ñe­ros y a ve­ces lo in­ten­tan tam­bién con los mis­mos edu­ca­do­res, pe­ro cuan­do son re­pren­di­dos por es­tos, vuel­ven llo­ran­do a ca­sa con to­nos tan las­ti­me­ros que, en su afán pro­tec­tor, aque­llos mis­mos pa­dres tan per­mi­si­vos en su edu­ca­ción, se ar­man de va­lor y bra­vu­co­ne­ría pa­ra des­agra­viar a sus hi­ji­tos. En­ton­ces, las que la lían en el cen­tro es­co­lar son es­tos ofen­di­dos pro­ge­ni­to­res con­tra los maes­tros, lle­gan­do aque­llos en oca­sio­nes a agre­dir fí­si­ca o ver­bal­men­te a los que in­ten­tan en­de­re­zar com­por­ta­mien­tos aso­cia­les.

Lue­go pa­sa lo que pa­sa, que es­tas for­mas de vi­da ca­da día van ir­guién­do­se en ma­nos de la cos­tum­bre y co­bran­do una fuer­za ma­yor de lo que pa­re­ce, a tal ex­tre­mo que es­ta­mos asis­tien­do, sin dar­le ma­yor im­por­tan­cia, a la crea­ción de aso­cia­cio­nes de pa­dres mal­tra­ta­dos por los hi­jos.

¿Exis­ti­rá al­go más en con­tra de la pro­pia na­tu­ra­le­za que (ya des­de la pu­ber­tad y la ado­les­cen­cia) los hi­jos apa­leen vio­len­ta­men­te a sus pa­dres y ten­gan que ser aten­di­dos en los hos­pi­ta­les por la tun­da de gol­pes que re­ci­bie­ron de aque­llos? Es­te sis­te­ma mo­ral, al que es­ta­mos asis­tien­do im­pa­si­ble­men­te en nues­tra épo­ca, pa­re­ce que no va con no­so­tros. Ca­da vez so­mos más in­sen­si­bles al in­fierno al que son so­me­ti­dos mu­chos pa­dres lle­nos de ho­rror y de es­pan­to an­te la sim­ple pre­sen­cia de sus hi­jos.

Aho­ra se ha­bla mu­cho de va­lo­res, ca­si nun­ca de mo­ral. Pa­re­ce co­mo si la mo­ral lle­va­ra ad­he­ri­da con­no­ta­cio­nes re­li­gio­sas preo­cu­pan­tes y, con­se­cuen­te­men­te, en un es­ta­do lai­co es har­to más mo­derno re­cha­zar el tér­mino; si bien, en su sen­ti­do eti­mo­ló­gi­co de­be re­cor­dar­se que mo­ral pro­vie­ne del la­tín ‘mos mo­ris’, que sig­ni­fi­ca cos­tum­bre.

Pues bien, na­cen de la cos­tum­bre las le­yes de la con­cien­cia, que en­ten­de­mos ema­nan de la na­tu­ra­le­za. Por es­to siem­pre se ha sen­ti­do ve­ne­ra­ción por las ideas y cos­tum­bres re­ci­bi­das y apro­ba­das de los an­te­pa­sa­dos de nues­tro al­re­de­dor y na­die has­ta aho­ra pa­re­cía que po­dría des­pren­der­se de ellas sin sen­tir re­mor­di­mien­tos.

Hoy no exis­ten re­mor­di­mien­tos que val­gan: la ca­sa se ha con­ver­ti­do en un vi­ve­ro de desave­nen­cias y de re­pro­ches. Por el pue­ril he­cho de ser sim­ple­men­te jó­ve­nes, los zan­go­lo­ti­nos se han adue­ña­do de la es­truc­tu­ra je­rár­qui­ca fa­mi­liar des­de eda­des ca­da vez más tem­pra­nas; des­de la ado­les­cen­cia tie­nen el in­sa­cia­ble afán de ha­cer­se los más lis­tos de la ca­sa, me­dian­te cen­su­ras y ex­tra­va­gan­cias que su­mi­sa­men­te aca­tan sus pro­ge­ni­to­res, aun­que aún los si­gan sus­ten­tan­do. Vo­ci­fe­ran y des­pre­cian a sus ma­yo­res; los cri­ti­can, los juz­gan y los fus­ti­gan con enor­me se­ve­ri­dad; rom­pen las nor­mas, se im­po­nen con enor­me vio­len­cia ver­bal o fí­si­ca y so­lo fin­gen va­lo­rar­los y res­pe­tar­los, cuan­do sa­ben que pue­den ob­te­ner al­gún pro­ve­cho, por pro­vi­sio­nal que sea.

En re­su­mi­das cuen­tas, es­ta­mos asis­tien­do a una épo­ca pe­no­sa de nues­tra ci­vi­li­za­ción, cu­ya ca­suís­ti­ca es har­to com­ple­ja y de di­fí­cil so­lu­ción. He­mos pa­sa­do de la va­ra, cu­yos efec­tos han ge­ne­ra­do al­mas co­bar­des y pro­fun­da­men­te obs­ti­na­das, a edu­car en la abun­dan­cia, en la fle­xi­bi­li­dad más ab­so­lu­ta y en la ocio­si­dad, sin nin­gún ti­po de res­pon­sa­bi­li­da­des.

Las de­nun­cias por ve­ja­cio­nes ma­los tra­tos y pa­li­zas que su­fren pa­dres y ma­dres de ma­nos de los hi­jos se ex­tien­de co­mo una epi­de­mia ma­lig­na que ago­bian al sen­ti­mien­to; las or­de­nes de ale­ja­mien­tos dic­ta­das por los jue­ces a los hi­jos de la ca­sa fa­mi­liar ca­da vez son más fre­cuen­tes. La ver­güen­za so­cial de te­ner que de­nun­ciar al hi­jo su­po­ne ya la ex­tre­ma so­lu­ción al pá­ni­co, al ho­rror y a la bar­ba­rie, pe­ro pa­ra al­can­zar tal ex­tre­mo es ne­ce­sa­rio ha­ber pa­sa­do un au­tén­ti­co cal­va­rio en las ga­rras del si­len­cio.

Sin em­bar­go, las prin­ci­pa­les víc­ti­mas de esos sal­va­jes son las ma­dres (las que les han da­do la vi­da), el ob­je­ti­vo de­lez­na­ble, el blan­co per­fec­to, con­tra quie­nes es­tos mons­truos des­car­gan sus iras y sus más ba­jos ins­tin­tos, lle­gan­do in­clu­so a ase­si­nar­las, ac­to al que de­be­ría­mos con­si­de­rar co­mo el más hu­mi­llan­te, in­fa­me, ruin y an­ti­na­tu­ral que nos pue­de ofre­cer el ser hu­mano.
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miércoles, 20 de agosto de 2014 | Por: Pedro López Ávila

In­ti­mi­dad y re­des so­cia­les


'Ideal' - 19-08-2014
La repu­tación del in­di­vi­duo no se en­cuen­tra en es­tar ex­hi­bién­do­se y es­cri­bien­do con­ti­nua­men­te de sí mis­mo a des­co­no­ci­dos a tra­vés de la red
PE­DRO LÓ­PEZ ÁVI­LA
Concedemos excesivo valor a sentirnos alabados, reconocidos y yo diría que hasta admirados, ofreciendo más importancia a cómo nos deben ver los demás que a cómo nos vemos a nosotros mismos. Hoy día anhelamos en demasía que los extraños vean nuestra apariencia externa. Deseamos extender nuestros nombres a muchas partes, sembrarlo en muchas bocas de manera tal que muchos han llegado a caer en la patología (cuya denominación desconozco) que consiste en que se hable de ellos de cualquier modo. Lo importante para esta gente es que corra su nombre de boca en boca, sea cual fuere la manera en que se produzca.
Estas inclinaciones que hasta cierto punto pudieran ser consustanciales a la naturaleza humana, se están viendo tan potenciadas por las redes sociales que la expresión autobiográfica del individuo posee en la actualidad un componente tan público que hemos dejado de pertenecernos a nosotros mismos para regalarle nuestra intimidad a sujetos extraños.
Es verdad que en la mayor de las veces los fulanos tan sólo nos muestran los acontecimientos y las apariencias externas; por ejemplo, la imagen en la que el protagonista se fotografía con el teléfono móvil, la sube a las redes sociales, las whatsppea o ambas cosas; da lo mismo, y se deja ver al otro lado del mundo en una playa exótica y enzarzado a mordiscos con las enormes patas de una sabrosa langosta.
No sé, ciertamente, si el objetivo de esto es irradiar prestigio ante el prójimo (como un adorno personal) o la necesidad intima de ser visto en un estado de hedonismo para cubrir otras carencias vivenciales o un sentimiento morboso mientas se disfruta de algún placer, con objeto de provocar la envidia en otros y que se fastidien.
Si esto ya de por sí constituye un peligro, no sólo para la propia integridad física, ya que si a un desconocido cualquiera le facilitamos información de nosotros a través de las redes sociales: bien del lugar en el que nos encontramos, bien con quiénes estamos o bien del pedazo de pedo que se ha tirado el morlaco del móvil; ni que decir tiene la gravedad que conlleva dejar al descubierto la trinchera del alma, que llega a destruirse, para alcanzar una imagen pública la vida interior del hombre y someterla permanentemente al juicio de la muchedumbre.
Yo no sé qué fruto ni goce puedan experimentar personajes que han alcanzado la gloria en distintas profesiones culturales, deportivas, empresariales u otras, para querer engrandecer aún más su nombre. Yo no sé a qué mecanismo interno de la vanidad obedece esa batalla cruenta de egos, basada en «visitas»/»seguidores», hasta llegar al extremo de mostrar las propias vergüenzas y las del vecino. El caso es que ser excesivamente conocido es, de algún modo, el tener la vida y acaso la felicidad en manos de los demás.
No se hace historia con tan poca cosa, como es mostrar públicamente el ‘perfil’ de los individuos y dar cuenta al mundo de nuestros quehaceres diarios desde la mañana a la noche ni, por supuesto, de nuestras relaciones sociales o a quiénes nos debemos. Todo aquel que medite con justa medida y proporción se dará cuenta que la reputación del individuo no se encuentra en estar exhibiéndose y escribiendo continuamente de sí mismo a desconocidos a través de la red.
Cuando Iker Casillas, durante su periodo vacacional, subió a una red social una determinada imagen con su vástago, estaba haciendo publico momentos que, a mi parecer, corresponden a la intimidad familiar.
Claro, que estoy convencido que tanto el renombrado portero de fútbol como otros muchos personajes, aún no se han percatado de que existe una clase muy extendida en nuestra época, que son los necios que disponen de mucho tiempo y que además de pertenecer a gentes de la peor calaña, siempre están dispuestos a quebrantar cualquier momento de felicidad al prójimo.
Es menester, por tanto, que recuperemos nuestra trastienda que hemos perdido, guiados por la avanzadas tendencias tecnológicas populares, para alcanzar la libertad. Los secretos del alma no deben caer en brazos de los demás, porque se los facilitemos nosotros mismos.
Bastante tenemos ya con el control al que está sometido el que vive en la discordancia con este mundo, con este modelo y con este sistema, como para que cualquier manifestación externa tome el color y hasta el sabor que le convenga a los que interceptan conversaciones. Hoy día es más fiable confesar un secreto al primer borracho que pase por nuestro lado que a nuestro mejor amigo por WhatsApp. Peor aún, existen memos que comparten secretos en la red.

Por esto, hay que caer en la cuenta que para que alguien juzgue los actos y las conductas del individuo en las cosas grandes y elevadas es menester conocimientos iguales. Lo que no puede ser es que se haya alimentado tanto el ego de la persona, con el dichoso «me gusta» u otros, que se ha dejado abandonada y al descubierto el alma en manos de la multitud.
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miércoles, 16 de julio de 2014 | Por: Pedro López Ávila

La mentira como argumento

Santos Hu - www.mileniumgallery.com
Esta civilización en la que vivimos si no está muerta está moribunda, pues se sustenta en el fingimiento, en el disimulo y en la cobardía de la mentira, enmascarada de mil maneras

A veces pienso que es bueno nacer en una época rastrera, depravada y corrupta, pues en comparación con los demás, se puede recibir el reconocimiento de ser hombre bueno, honrado y hasta virtuoso, siempre y cuando la conducta vaya acompañada de la verdad. Hoy día la mentira es un elemento muy útil para obtener provecho público o privado; es decir, con la mentira se articulan engaños que van desde la propia corrupción política, hasta el poder librarse de entrar en la cárcel los asesinos más crueles, atroces y deleznables de nuestro tiempo. Estos consideran una necedad la decencia de ir acompañados por la verdad a cualquier juicio o causa instruida contra ellos, ya que es la propia ley la que les ampara para poder mentir en su defensa.
Esta civilización en la que vivimos si no está muerta está moribunda, pues se sustenta en el fingimiento, en el disimulo y en la cobardía de la mentira, enmascarada de mil maneras, que se ha instalado entre nosotros para justificar comportamientos que esclavizan a la humanidad. Apolonio de Tyana decía en sus cartas que correspondía a los siervos mentir y a los libres el decir la verdad.
Ya sabemos que no siempre se ha de decir todo, pues sería estupidez que, en todo tiempo, podría actuar en contra del individuo, sobre todo sabiendo que algunos silencios retumban más que las propias palabras, pero la mentira oficializada en las instituciones no deja de ser una gran maldad que ve su prolongación en la sociedad como algo natural.
No es en absoluto recurrente decir que el hombre actual sienta la percepción de que los políticos mienten y que incluso en el debate de ideas unos se acusen a otros de mentir con tal de que sus argumentaciones de todo tipo se impongan sobre las de los demás, con el único objetivo de ganarse adeptos para conquistar el poder.
Una vez conseguido este, el paso siguiente es colocar a familiares, amigos, parientes y allegados en determinados puestos logísticos que les permitan a cada uno mantenerse en las cotas de poder que les han sido asignadas y de esta forma no hacer peligrar en demasía los favores que les han beneficiado, sin más mérito que pertenecer o ser afín a la congregación.
Por su parte los abogados, fiscales y jueces de nuestra época hallan en todas las causas suficientes puntos de vista para interpretarlas como mejor les parece. Y aunque ya sabemos que históricamente el derecho, amparado en la legislación de cada civilización y de cada sistema, es ciencia tan infinita y sujeta a la autoridad de tantas opiniones, no existe un proceso tan claro como para que en él no existan ideas distintas. Lo que consideran unos puede ser considerado por otros al revés y ellos mismos al revés otra vez.
De todo esto vemos ejemplos recientes en los que es muy difícil que alguien cumpla con sus penas, ya sean por haber cometido crímenes monstruosos o bien por haberse apoderado del dinero del vecino que estaba depositado en el erario público. Claro que como las leyes están conformadas en su origen de forma viciada los que delinquen (vulnerándolas o violándolas), conocen mejor sus derechos que sus propios abogados, pues siempre van disfrazados con la máscara de la mentira, adiestrados en la perfidia , sin que les remuerda la conciencia si faltan a la verdad.
Así las cosas, nos encontramos con que las sentencias son recurridas tantas veces como fueran necesarias en la incesante búsqueda de nuevas mentiras y por consiguiente, al no acatar los fallos, se va de unas instituciones a otras superiores; es decir, de unos jueces a otros para decidir sobre una misma causa hasta conseguir que prescriban los delitos en muchos casos.
Escuchando el otro día al jurista Martín Pallín, Fiscal del Tribunal Supremo, en un programa televisivo, me llamó poderosamente la atención cuando dijo que aprendió de sus maestros procesalistas «que a la hora de dictar sentencia tan independiente es un juez de paz como el Tribunal Supremo».
Bueno, pues aun en el supuesto de que el Poder Judicial se crea independiente, pidan respeto y dejen de sufrir ataques descalificatorios; de lo que no cabe ninguna duda es que el recorrido, que realizan los imputados en libertad bajo fianza, se hace interminable, por faltar tantas veces a la verdad y hasta a la propia mentira.
Las manifestaciones del Poder Político, por su parte, son siempre las mismas: el acatamiento a las sentencias o a las decisiones judiciales; aunque, según haya viento de poniente o de levante, aparecerá la apostilla correspondiente como convenga: acatarlas, pero también expresar el desacuerdo.
Por tanto, al amontonarse la mentira y la contradicción en millones de folios de los procesos, para decidir sobre una misma causa, hace que la justicia sea extremadamente lenta y la ciudadanía, utilizando el sentido común, tenga una percepción anticipada de cuáles van a ser las resoluciones judiciales, lo que desacredita enormemente la autoridad y la limpieza de cualquier sistema jurídico.

Artículo Publicado en Ideal el 16 de julio de 2014, página 29


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domingo, 15 de junio de 2014 | Por: Pedro López Ávila

ELECCIONES EUROPEAS, OTROS MENSAJES


 Decía Seneca: No hay absoluta calma más que la que da la razón". Pero en este perro mundo llevamos ya demasiado tiempo perdiendo la razón y, por ello, los trastornos sociales que se están produciendo en nuestros días nos van a dar más de un quebradero de cabeza y nos van a quitar la calma.

Digo esto, porque después de las elecciones al parlamento europeo, algunos han visto el edificio en ruinas y más de un partido político nos van a proponer unos modelos de vida con los que jamás haya desayunado el mundo occidental en mucho tiempo.

Cada cual está opinando lo que quiere o le conviene tras estos resultados:  desde  los especializados y subjetivos analistas políticos de los medios de comunicación, hasta los dirigentes que viven continuamente obstinados, con su imbecilidad y estupidez natural,  en seguir por los caminos que conducen al acantilado sin ver dos palmos más allá de sus narices.

Para guardar el orden democrático es necesaria la obediencia a las leyes que imponen las mayorías contra las minorías: Claro, que para conseguir las mayorías se necesita de mucho dinero en propagandas electorales y algunas truculencias que realizan los partidos para su financiación.

Por tanto, parece desmedido el acatamiento a unas leyes, que imponen con frecuencia los vencedores de las urnas,  porque van más allá de la razón universal, de los preceptos y de la naturaleza de nuestra especie humana.

 Lo verdaderamente lamentable, en una sociedad corrompida, es ver como aquellos que se rebelan contra la miseria,  contra el hambre, contra los desahucios ,contra el paro, contra la mentira sin disimulo y una larga lista de injusticias de la justicia se les encorsetan en radicales de extrema izquierda.

Estos mensajes de rebeldía son, precisamente, los que necesitan oír muchos millones de españoles que rezuman miseria y hambruna por sus ojos, pero no el cansino mensaje, molesto y lacerante de los grandes partidos europeos, cuyo compromiso final está ligado a la austeridad, o lo que es lo mismo, gente sin trabajo.

Estas elecciones europeas pudieran ser la señal más honorable de la negativa en seguir otorgándoles poder a los que han demostrado que necesitan muchos cambios y revestimientos para la práctica pública. Deben aprender la lección de que a pesar de que la ley electoral  beneficiaba hasta ahora a los grandes partidos, ya no podrán cubrirse con la máscara de la vergüenza presentándose moderados y cercanos a las ideas de los otros.

Porque ahí, justamente ahí, han dejado un espacio libre para proclamar políticas económicas intervencionistas, sin que la gente sepa que, si esto sucediera, el estado lo devoraría todo, pero ya sería tarde.

Después de estas elecciones cada uno debe declarar con honestidad sus ideas más claras, más vivas y más propias de sus programas electorales.

Hay que expresar lo que se cree y lo que siente. Si no, ¡a freír espárragos!. Expresar y denunciar con claridad, sin tener en cuenta que es fácil errar en el hablar , pero debe quedar claro que el que habla con libertad es porque no ha tomado nada a cambio ni ha sacado provecho de los asuntos públicos.
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jueves, 5 de junio de 2014 | Por: Pedro López Ávila

ABDICACIÓN DEL REY DE ESPAÑA


Carles Bellosta - www.mileniumgallery.com

El pasado lunes, ante la sorpresa de todos, el Rey de España, Juan Carlos I abdicó en el Príncipe Felipe a todos los derechos y obligaciones que le confiere la Jefatura del Estado.

Estoy seguro que podría haber pasado de la lógica de las razones para continuar y soportar el peso de los que han alegado tradicionalmente fundamentos en contra de la monarquía española. Sin embargo, las presuntas deslealtades codiciosas que han sacudido a miembros de su familia a las que, a mi parecer existirían pocas excusas legitimas de defensa, han acelerado el camino para su abdicación, conforme a lo que más conviene y a la vez le es más natural a su deteriorada salud.

Personalmente, quedará grabado en mi memoria el haber detenido el golpe de estado un 23 de febrero del año 1981, a pesar de que sepa que han existido y existan teorías de la conspiración deshonestas y sucias, pero yo no tengo más remedio que creerme a los representantes políticos de la época que estaban en el Congreso (de todas las ideologías) y que han desmentido fehacientemente participación alguna de nuestro monarca. Con eso me basta.

Todos los presidentes democráticos de España han resaltado siempre que el Rey Juan Carlos I ha sido un embajador inestimable para la cohesión social, humanitaria y desarrollo de los pueblos en el mundo, así como un importante mediador que ha proporcionado significativas repercusiones económicos en favor de los empresarios españoles.

Sin embargo, nadie es responsable de los actos de los demás, incluidos hijas y yernos, como tampoco hay hombre tan justo sobre la tierra que si se examinan todos sus actos y pensamientos a luz de las leyes o de la conciencia no haya de ser juzgado y sancionado al menos más de unas cuantas veces en su vida.

A mí me importa bien poco qué tipo de relaciones más o menos amistosas haya podido tener nuestro Monarca con la princesa alemana Corinna, en todo caso, a quién debería importar sería a la Reina, pues tengo que decir que mis sentimientos siempre se han conservado inmóviles ante hipótesis o realidades que incumban a la vida privada de cada cual.

Otra cosa es que algún negocio pudiera no haber salido como insinúa algún grupo de poder, sin embargo habría que ser justos y equilibrar la balanza y, por tanto,  debería decirse también que las intercesiones de Juan Carlos I con políticos y dirigentes de otros continentes han servido como elementos coadyuvantes para el desarrollo de empresas españolas en el extranjero.

No debería guiar la pasión ni el odio a los defensores de la república, para que los más jóvenes se queden con la imagen más decadente  de la monarquía y del Jefe del Estado como si hubiera estado dedicado a la cacería de elefantes y desviado por intereses privados, pues al final la historia deja a cada uno en su sitio. Decía Cicerón: "que use la pasión el que no pueda usar la razón".

Cuando toma partido mi voluntad, no lo hace con obligación tan agradecida que mi pensamiento quede infectado. No puedo ignorar las cualidades loables que pudieran tener otras formas de gobierno, ni las reprochables a las que ahora sigo, pero Juan Carlos I ha sido durante 39 años el mejor agente impulsor de la democracia y de las libertades allá por donde fuera y merece el respeto más sentido de todos los españoles entre los que me encuentro yo. 

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miércoles, 21 de mayo de 2014 | Por: Pedro López Ávila

LA CODICIA EN EL EL HOMBRE ACTUAL

José Galán Polaino - www.mileniumgallery.com

Es frecuente hoy día tropezarnos con gente de toda condición social que no encuentra otro motivo de conversación que denostar a la clase política en general. Muchas  veces con motivos más que fundamentados o justificados.

Sin embargo, me escandaliza cuando la crítica proviene de los patológicamente profesionales del trincar, sin ser políticos.

Hoy voy a referirme a estos últimos, a los que miden su grado de satisfacción con los dirigentes o partidos políticos según los frutos que recojan.

Para mí estos  individuos responden  a perfiles calculadores, crueles y enfermizos, que procuran la amistad, sin ningún tipo de honradez moral o intelectual con los poderosos o con los legisladores. No tienen más objetivo que su propio provecho, sea público o privado.

No han conocido nunca el lenguaje de la verdad: lo que la persona es y pensar como especie; de tal manera que han desarrollado sus fuerzas y sus vidas exclusivamente para acumular dinero y adquirir bienes.

El problema que tienen estos prójimos es que estiman las cosas mientras las persiguen, pero cuando las consiguen  las menosprecian, con lo que siempre están al acecho como las águilas carroñeras de encontrar una próxima presa.

No son conscientes de que lo más importante que nos da la vida es vivir, y la vida es tiempo, y en el tiempo hay que encontrar la felicidad.

Pero en sus corazones no se puede albergar la palabra felicidad, porque la felicidad no es una cuestión material. Son, por consiguiente, indigentes espirituales: sin emociones, sin fantasía; sin el arte, o la poesía. En fin,  huecos en su vida interior y con una pobreza más severa que la material. Séneca dijo: "pobres son aquellos que necesitan de mucho".

Sin embargo, estos sarnosos y peligrosos malpensantes, que siempre están ideando algo nuevo, han desatado tantas fuerzas en la consecución de lo material que al final lo material los gobierna a ellos.

Por eso gran parte de su tiempo lo dedican a despotricar y a arrasar en los foros que consideran idóneos toda decisión legislativa que vaya en contra de sus ganancias o de las metas que tienen marcadas. Para ellos todos los políticos son iguales en cuanto rozan levemente con sus fines.


Yo soy muy reticente con  estos melindrosos, amantes de la astucia para el beneficio, de la especulación y de los mercados, y que llegan a autodenominarse competitivos. Cuando abren la boca exclusivamente para medrar, me producen tal repelús que me hacen pensar que si todos los políticos son iguales, es porque existen ellos; pues, a fin de cuentas, la estructura jurídica de una sociedad se construye a su manera.

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jueves, 8 de mayo de 2014 | Por: Pedro López Ávila

ELECCIONES AL PARLAMENTO EUROPEO

Germán Aracil - www.mileniumgallery.com

Nos guía tanto el entendimiento a no perder nada de lo que tenemos, por poco que sea, que es este el que predispone a nuestras conductas para que siempre se siga a unos o a otros, siempre cuando se obtenga el máximo provecho de todo lo que beneficia al sujeto.

Así hoy, más que nunca, las ideas se atropellan y contradicen los principios de la propia naturaleza humana, de tal manera que  seguimos y veneramos a los que marcan las directrices y comportamientos con absoluta inmoralidad.

Los que siempre van corriendo en busca de lo que no tienen, nos van imponiendo sus preceptos, pues de lo contrario,  se asume el riesgo de ser excluidos de la cordura.

Lo que sucede es que cuando se intenta vivir sin un propio razonamiento hay que aceptar la vulgaridad, la ramplonería , la manipulación, los favores prestados y hasta la pérdida de nuestras dudas, con la finalidad de poder mejorar nuestro bienestar desde el seguimiento a otros devotamente.

Entonces aparece el problema: el que sigue a otros, no sigue a nada y, por tanto, nunca encontrará nada, puesto que nunca han buscado la diversidad de juicios que pueda albergar su propia razón.

Ahora toca escuchar a no sé cuántos grupos parlamentarios, cuyas cabezas visibles con rostro alegre,  divertido y vigoroso nos quieren hacer ver la importancia que tienen las votaciones europeas para devolver a nuestras vidas a sus justos y naturales límites.

Ahora tratan, a través de las elecciones europeas, de calcular sus verdaderas posibilidades de éxito ante posteriores comicios como una especie de entrenamiento olímpico para poder comprobar en un futuro en que línea de la parrilla de salida se encuentra cada cual.

Una vez comprobada la relación de fuerzas existentes, se podrán delimitar cuál es el papel que cada uno desempeñará, así como su grado de sumisión en el gran teatro del Parlamento Europeo, pues no olvidemos que estos aspirantes a ocupar escaños recibirán sus recompensas gloriosas y económicas en variadas formas por sus servicios, que ya no son prestados, sino muy bien gratificados, en lo que debería ser defensa de la verdadera honra y el coraje que el alma pone en proteger a  los desfavorecidos.

Yo no sé si en los programas electorales de todas esta nuevas formaciones políticas figurarán las benévolas y magnánimas intenciones, para que muchas de las madres de sus señorías alcancen la dignidad de poder cobrar en sus pensiones algo más de dos euros mensuales durante los tres próximos años.

Pero, me da mí que no, pues pedir una subida mayor, sería sacar los pies del plato, o lo que es lo mismo, salirse del programa de prestaciones sociales.


Que nada amigos,  a seguir votando cada uno al que siga.
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