miércoles, 31 de octubre de 2012 | Por: Pedro López Ávila

EL ESTADO DEMOCRÁTICO ACTUAL


Albert Sesma - Interior Derruido - www.galeriadeartelazubia.com

Hace mucho tiempo, cuando se luchaba en España por la consecución de un estado democrático, y siendo yo aún muy joven, un pariente mío de avanzada edad y de ideas más que conservadoras me interrogaba que qué era eso de la democracia, si él no podía salir a la calle con la seguridad con la que lo había hecho hasta ese momento, que los malandros se habían apoderado de todos los derechos y garantías jurídicas de tal forma que se había perdido el respeto a la autoridad, mientras que las personas honradas no tenían cabida en ese tipo de sociedad.

Eso sí, se contaba con ellos para pedirles el voto, so pretexto de que los contrarios les iban a retirar la paga de jubilados.

Como digo, este pariente mío (fallecido hace tiempo), de carácter hermético y educación castrense, no sé por qué intuí, que votó, no obstante, a Felipe González en su primera legislatura, a pesar de que siempre manifestaba su desacuerdo en contra de las costumbres y de las leyes que había articulado nuestro Estado por aquel entonces.

Recuerdo también cómo fundamentaba sus argumentos inquiriéndome para que le respondiera que para qué quería un hombre que pasaba hambre tanta libertad, puesto que lo primero era el alimento diario, bajo un techo que lo cobijara. Arremetía contra todo y significaba que en cualquier tiempo no había habido ley, ni justicia, ni institución que cumpliera con su deber y que ya comprobaría con los años que lo que unos legalizan otros lo prohíben, siempre en beneficio de los gobernantes de turno.

Hoy, los años de devoción que sentíamos por la restauración de un Estado Democrático por el que luchamos como el menos malo de los sistemas o formas organizativas de la sociedad están dando paso a movimientos contrarios de deslegitimación del mismo por una inmensa mayoría de la sociedad civil, que no se siente representada en los parlamentos en los asuntos que más les afectan.

El Estado se ha convertido en el gran deudor de las empresas, hasta arruinarlas, cuando su afán recaudatorio, paradójicamente, parece insaciable; cercena con sus exagerados impuestos y trabas burocráticas la iniciativa privada, emplea el dinero que recauda en sanear entidades financieras, por la nefasta labor de sus directivos que, a pesar de todo, son remunerados con cantidades descomunales por hacerlo mal; endeuda a España, mediante solicitud de créditos al exterior, y a veces son los mismos bancos los que compran la deuda con el dinero del saneamiento que anteriormente habían percibido.

La deslealtad de muchos políticos con la ciudadanía es horrenda, pues el dinero corre por los paraísos fiscales de forma perceptible en connivencia con determinados políticos o bien circulan por los subterráneos de la corrupción de forma imperceptible.

En fin, creo que hemos envejecido ya en una forma de Estado tan desbordada, que en verdad es prodigioso que pueda mantenerse, como veo también asombroso que la voluntad de los hombres pueda sujetarse a cualquier precio.

En este estado de cosas, veo no ya una acción ni tres ni cientos, sino costumbres de uso común cada vez más frecuentes y furiosas en las que la sociedad se manifiesta al margen de las instituciones, señalando al Estado como al peor de los enemigos y con continuas amenazas a la desobediencia civil.

Los indignados ven cada vez con más rabia como sus exigencias son desoída por nuestros políticos en la calle, en la lucha por conquistar una "democracia real". Lo que sucede es que tampoco, la sociedad civil, es decir, el no Estado sea garantía alguna, ni pueda estructurarse de la noche a la mañana como alternativa al Estado actual.

Tampoco creo en la regeneración y las reformas desde dentro y desde arriba del Estado, ni en la regeneración social y política, ni en declaraciones grandilocuentes de una nueva ética al servicio del interés general y no de una minoría.

Creo en lo que veo: la semana pasada un hombre se ahorcó una hora antes de que el banco lo dejara sin casa, otro padeció dos ictus por el mismo motivo y millares de personas en nuestro país se les amontonan los sufrimientos por no poder hacer frente a sus hipotecas. Así han aumentado las enfermedades, la hambruna y la esperanza de vida descenderá como ha ocurrido en otros países rescatados de nuestros entorno.

Y todo esto, ante el inmovilismo del Estado que se deja llevar al dictado de los mercados, que degrada nuestra condición humana hasta límites insostenibles.


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domingo, 14 de octubre de 2012 | Por: Pedro López Ávila

LOS ANTIDISTURBIOS


F. Bellaggio- In Venice II- www.galeriadeartelazubia.com

Mucha es la agitación social que se está produciendo en la calle en los últimos tiempos en el mundo occidental, especialmente en Europa y particularmente en nuestro país. Prácticamente es raro el día en el que no se manifiesten distintos colectivos profesionales en demanda de reivindicaciones laborales y económicas por todos las ciudades y pueblos que recorren nuestra geografía (en Madrid se producen 2700 manifestaciones anuales). A veces son excesivamente corporativistas, en detrimento de otros sectores más desfavorecidos y perjudicados por las actuaciones económicas y las sustanciales medidas estructurales que están acometiendo los distintos gobiernos, especialmente el nuestro.

Con esto, en absoluto quiero decir que cualquier manifestación o reunión no gocen de toda legitimidad tal y como reconoce nuestra Constitución aprobada el 29 de diciembre de 1978, regulada por la Ley Orgánica de 9 de julios de 1983 y . "Sólo en los casos de reuniones en lugares de tránsito público y manifestaciones se dará comunicación previa a la autoridad, que sólo podrá prohibirlas, cuando existan razones fundadas de alteración de orden público con peligro para personas o bienes".

Antes bien, estamos llegando a tales extremos que las propias Fuerzas de Seguridad del Estado se manifiestan en demandas que, aun siendo justas, las formas reivindicativas que esgrimen llevan a la población a tal estado de confusión que alimentan las dudas del sistema democrático. Las fuerzas de orden público no deberían de exhibir una pancarta con un texto tan demoledor como el que apareció en días anteriores: "fuerzas y cuerpos de seguridad unidos. Pedimos perdón a los ciudadanos por no poder detener a los mayores chorizos: políticos y banqueros".

Desde luego se debe tener mucho cuidado con lo que se pueda esconder detrás de las citadas aseveraciones, pues estas siempre son el punto último del hablar dogmático y resolutorio; ya que la realidad de nuestro país muestra muchas aristas de soluciones difíciles que podrían ser negociadas mucho mejor de lo que se está haciendo entre los distintos interlocutores sociales y la administración.

A todo esto, al cuerpo especial de policía, adscritos a los antidisturbios, se le amontonan los problemas diariamente (incluidos a los Mossos d`Esquadra y la Ertzaintza), que tienen que vérselas muy duramente en estas tempestades públicas contra la ciudadanía, convirtiendo diariamente nuestras calles en campos de batalla.

Recuerdo amargamente a aquellos "grises", al servicio de poderes antidemocráticos que apaleaban, torturaban y que no disparaban contra los manifestantes precisamente pelotas de goma; se realizaban juicios sumarísimos, la población se jugaba la vida para hacerse entender al grito unánime de: "disolución de los cuerpos represivos" y en donde el derecho de reunión o manifestación estaba prohibido.

Hoy me parece poco noble que a estos Cuerpos Especiales de Seguridad del Estado se les trate de manera tan injusta como intransigente, cuando tratan de disolver manifestaciones de forma expeditiva, como en cualquier país democrático del mundo, para hacer cumplir la Ley Suprema: La Constitución Española, que hemos aprobado libremente todos los españoles.

Los antidisturbios ofrecen una imagen represora y antipática, nos llenan de espanto cuando los vemos como apalean a la muchedumbres y acometen contra ella. A veces corren cegados para cargar contra la multitud y nos parecen despiadados y sin corazón. Sin embargo, vemos con simpatía, cuando algún policía es malherido de una pedrada, o una valla impacta sobre su rostro, o cuando salen lisiados y con un expediente a cuestas.

Y aun reconociendo, que algunos miembros de la policía se extralimiten y cometan excesos contra individuos indefensos, no podemos por menos que reconocer ni olvidar su lealtad al servicio de la democracia y el no actuar nunca bajo el imperativo de "obligada obediencia", sino que lo hacen al dictado de órdenes superiores del poder democrático que procede de las urnas.

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viernes, 5 de octubre de 2012 | Por: Pedro López Ávila

JOAQUÍN UREÑA


Joaquín Ureña-Ventana estudio-www.galeriadeartelazubia.com
 

Si Galán Polaino, uno de los mejores acuarelistas del mundo en la actualidad, se caracteriza, entre otras muchas facetas, por ser pionero en el formato de las grandes dimensiones de sus acuarelas, con un marcado sentido social y un estilo muy próximo al expresionismo, podemos decir que Joaquín Ureña es todo un despliegue de virtuoso dominio de una nueva estética en formatos de acuarela de hasta 200 x 200 cm., de una hondura en el contenido y con un lenguaje tan atrevido en su temática que sólo así tiene espacio por sí sola la figuración.

Desde 1986 su inspiración bebe del silencio interminable de los objetos que le rodean en la intimidad de su estudio, rodeado de todo tipo de objetos: el paraguas, la bolsa de papel, los pinceles, los botes de pintura, el flexo, la mesa, el sofá bajo la jarapa que lo protege y un sinfín de objetos cotidianos que anuncian la presencia de un alma que ha habitado desde siempre en ese lugar.

Sin embrago, de todos los objetos de sus interiores (que no son otra cosa sino la proyección de la intimidad de su mundo), destacan los libros, que parecen amontonados en su mesa de trabajo, o fielmente colocados en las estanterías como asideros al conocimiento y a la cordura de un alma profundamente inquieta en la búsqueda pertinaz del hallazgo.

Joaquín Ureña no es un acuarelista al uso (ni siquiera en el papel que utiliza), pues de cada uno de los objetos que pinta, en el interior de su reducido espacio, aparece el lenguaje de los sentimientos, circunstancia básica para que aparezca el arte y ,por ende, el artista. Cualquier objeto es motivo de materia pictórica que cobra vida en su pincelada.

Para Joaquín Ureña la calle parece ser un espacio hostil y antipático, por esto su mirada no nos deja observar más que a través de la cristalera de su ventana, lacada en blanco, y asomarse tímidamente la luz artificial de la farola en la calle o las luces encendidas de las ventanas del edificio colindante; el resto lo deja a la libre interpretación del espectador. Es sólo, por consiguiente, su mundo interior el que le hace compañía y reconforta; algo al alcance de muy pocos.

Ese temperamento cuidado y esmerado le permite ordenar muy bien la simetría de los objetos, para tejer una estructura geométrica firme, lógica y precisa, para conseguir armonizar de forma magistral su obra.

Sin embargo, no es sólo el orden de los objetos, ni su disposición, ni el dibujo, lo que provoca frescura al mirar, sino que imbricado a esa ordenación existe un orden plástico, en el que los colores están dispuestos de tal suerte que los tonos de luz (artificial o natural) son confortantes y los tamiza o los enfoca sobre los objetos en un contraste de colores, dispuestos con tal armonía, que podemos captar la intensidad de la luz y de la atmósfera.

Las relaciones, por tanto, entre la intensidad de la luz y el valor de las sombras las proyecta de forma total en singular.

El conjunto de las acuarelas de Ureña hay una individualidad, un sentido de las cosas y tal dominio técnico, que en la captación del detalle más nimio, parécenos que nos encontramos con un pintor hiperrealista, pero nos sorprende, cuando comprobamos, al observar el detalle, con qué maestría ha sembrado con el trazo, la duda en la mirada del espectador. La mano del oficio se deja ver en esa soltura con que maneja los hilos de la distancia.

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miércoles, 3 de octubre de 2012 | Por: Pedro López Ávila

CRISIS Y ESTADOS DE ÁNIMO


Joaquín Ureña - Luz en la mesa - www.galeriadeartelazubia.com

Ayer, hablando con un conocido me manifestaba su estado de desasosiego, su turbación y cómo las preocupaciones le estaban fastidiando la vida; a la vez me indicaba que la mayoría de la gente con la que tenía que tratar en su negocio les sucedía algo parecido, que el personal estaba cabreado consigo mismo y con el mundo entero, y me interrogaba si no tendría alguna relación estas actitudes con la crisis económica que estamos padeciendo.

La pregunta me hizo reflexionar. Me detuve un poco a pensar y comprendí que verdaderamente las personas, que hemos vivido en este mundo mercantilizado, cada día estamos más envenenados y lo peor de todo es que, aunque los asuntos económicos repercutan de manera muy directa en el estado anímico, por si solos no lo explican todo.

Seguí, a solas, dándole vueltas a la cabeza, y comprendí que el carácter de la época presente está marcado por un sistema sin fin moral, dado que casi todas las instituciones han perdido su tendencia unitaria, en contraste con otras periodos de la historia u otros lugares habitados de nuestro planeta (muy pobres por cierto), en el que la gente está afortunadamente unida por la comunión de ideas: sus relaciones con el prójimo se sujetan en creencias sociales muy arraigadas y en sentimientos muy profundos.

Los delirios de grandeza que ha vivido Occidente y la apología del vicio, que incluso se ha practicado en este lado del mundo, no son asumidos por parte la población con demasiado entusiasmo y algunos llevan peor la factura de su teléfono móvil que sentirse almas retorcidas.

Con esto no quiero decir que los que hayan perdido, su trabajo, su casa, su negocio y hasta el pan que nos sustenta, deban estar contentos con la acción de los que les han provocado tanto mal, así como tanto fracaso y frustraciones diarias por no poder atender con dignidad y legitimidad a las familias que tienen que mantener y defender.

Digo que llevamos mucho tiempo con el sentimiento vacío, ya hasta con los seres más cercanos, y digo las contrariedades que siguen sufriendo los pueblos en donde vive instalada la injusticia de forma permanente, en donde millones de niños mueren de hambre, o en donde dos tercios de la población viven acosados por la hambruna y, sin embargo, mantienen aún la esperanza; y digo que existen cientos de conflictos internacionales abiertos en el mundo (lo que antes se denominaban guerras), y digo, por último, que de las crisis no se sale con el desánimo, con el malestar, con el abatimiento o con el desconsuelo.

De las crisis se sale con actuaciones nobles ( pero sépase que para que sean nobles deben ser arriesgadas), con responsabilidad, con las manos abiertas y la sonrisa en los labios, con perseverancia para enfrentarse a los problemas cuando nos acucian, con el trabajo de todos (aunque el de los políticos lo dejemos aparte), con el sentimiento, sin escatimar ante los indefensos, uniendo lazos con la humanidad, y con nuestro conocimiento y nuestra inteligencia al servicio de lo humanitario.

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