jueves, 26 de enero de 2012 | Por: Pedro López Ávila

LA NUEVA MORAL


Manuel Barahona - Quemando Sarmientos - www.galeriadeartelazubia.com

Cada uno tiene sus propias sensaciones que surgen en un determinado momento de la vida, que aparecen en la conciencia, sin que sea necesario que les demos nuestro consentimiento y heme aquí, que estoy atravesando un momento en el que estoy llegando al final de un trayecto y estoy harto.

Estoy harto de haber estado persiguiendo continuamente el futuro (que es a lo que nos enseñaron) y no haber aprendido a valorar lo que somos más de lo que seremos, incluso bastante menos de lo que hemos sido; y es más, intentar ser ejemplo ante los demás, como una forma de inmortalidad, para que alguien continúe nuestra obra o siga nuestros pasos, que no sabemos siquiera con certeza cuáles son  o han sido.

Estoy harto de la gente, de observar a hombres y a mujeres que se creen felices, que se sienten felices, en plena libertad, sintiendo veneración por la herencia recibida y, sin embargo; se encogen de hombros, son sumisos, acatan la costumbre sin rechistar y,  a veces, ponen la mano para que escupa el suegro o el político de guardia.

Estoy harto de cruzarme con miradas perdidas que parecen inventarse desgracias o sentimientos placenteros, que quieren engañar al alma, sin haber alcanzado jamás un fin que las sustente.

Estoy harto de los pataleos, de culpar a los demás de nuestros infortunios o de nuestros vicios y nunca poner de manifiesto nuestra propia insensatez.

Estoy harto de correos electrónicos, de mi blog, de Internet, del Ipod, del Iphone, porque vienen disfrazados de progreso, de formación, de cultura, de verdad compartida y de la que no se liberan ni los filósofos.

Estoy harto de oír de los pactos fiscales de la eurozona, en los que nadie se fía de nadie y en las que las últimas obligaciones, a la chita callando, suponen la bota de la autoridad sobre la ignorancia adormecida de los pueblos.

Estoy harto del dax, del euro/dólar, del s&p500, del Dow Jones, del petróleo..., que la mayoría de la población no saben lo que significa, los que lo saben desconocen sus consecuencias y los que lo manipulan son los que han desbordado el siglo refinadamente para instaurar la mentira, la traición, la avaricia, la crueldad y la adversidad, y los palos sobre los más débiles.

Estas goteras del alma me corroen cada día un poquito más; es una molestia diaria, cuando miro a mi alrededor  y observo que se mide mejor la verbosidad que el comportamiento, el gruñido que la templanza, el burdel  que el templo, lo útil que lo honrado, los oficios abyectos  (que dicen necesarios) que los que trabajan sin interés propio alguno.

Casi nadie advierte cambio alguno en su estado ordinario, nos hemos hecho inmunes a la miseria, a la pobreza y a la indigencia desde el horror de la mentira.

Todo esto que tendría que parecer extraño no lo es, y no lo es por la fuerza de la costumbre, que tanto embrutece a nuestros sentidos. Si uno fuera en calzoncillos largos a trabajar nos parecería extraño, no sólo por estar en desuso tan abrigada prenda interior, sino porque iría en contra de la costumbre, pero si todos actuáramos de la misma manera, durante un tiempo, nadie se sorprendería, Nos habríamos familiarizado con tal vestimenta que no sería molestia alguna para los ojos.

De la misma manera, estimo que la educación principal de nuestra infancia se halla en manos de las grandes corporaciones que irradian modelos de prestigio social y económico (que reproducen la escuela, los padres y los gobiernos), basados fundamentalmente en atender al instinto hedonista y acumulativo, antes que al sentimiento. Esa es, precisamente, la costumbre, o la moral de nuestros días.

De ahí, ese hartazgo insolidario y avieso que siento hacia los vanidosos, hacia los chabacanos, hacia las masas indiferentes, triviales y distraídas, hacia los transeúntes que vegetan por las calles con la mirada puesta en las vitrinas de los comercios, hacia los negocios que atentan contra la vida y  la naturaleza humana. En fin, me quedo solo.

En Juan de Mairena de A. Machado se dice: El hombre ha venido al mundo a pelear. Es uno de los dogmas esencialmente paganos de nuestro siglo -decía Juan de Mairena a sus discípulos.

-¿Y si vuelve el Cristo, maestro?

-Ah, entonces se armaría la de Dios es Cristo.

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sábado, 21 de enero de 2012 | Por: Pedro López Ávila

ECONOMÍA DE MERCADO Y EUROPA


Fábrica Derruida - Albert Sesma - www.galeriadeartelazubia.com
Cuando Ortega  y Gasset proclamaba su europeísmo a principios del siglo pasado, con la rebelde cita: “España es el problema, Europa la solución” y denuciaba el aislamiento de nuestro país, definiéndonos como “una raza que muere por instinto de conservación”; cuando Unamuno entendía (aunque más tarde cambió su parecer) que había que europeizar a  España y cuando el gran historiador  Vicens-Vives llegó a interrogarse si, España sola, realmente existía de entre las grandes naciones que surgieron del Renacimiento, expresaban un sentimiento desconsolado de la decadencia española y una denuncia acibarada del aislamiento, del atraso moral, cultural y económico en el que estaba sumida nuestra nación con respecto a Europa.

Cuando los sociólogos de finales del siglo XX principios del XXI, se deshacían en elogios, agitando las destrezas  de nuestros demócratas gobernantes, nos hacían ver el vertiginoso avance de nuestra economía en cortos periodos de tiempo: habíamos llegado a ser importadores de capitales, vislumbraban  que seríamos contribuyentes netos de los fondos europeos,  habíamos pasado a ser el país de la inmigración, en lugar del  de la emigración como en otros tiempos;  no hacían otra cosa, sino ensalzar, entre delirios triunfalistas, su adhesión, acatamiento y aceptación  a la globalización de mercados, o lo que es lo mismo, su lealtad  a la culminación del proceso histórico de la expansión del capitalismo.

Cuando se nos hacía creer que toda la época  de benevolencia económica,  que habíamos gozado, era gracias a Europa y a través de Europa, nunca habíamos caído en la cuenta de que habíamos entrado también de hecho y de derecho en el liberalismo económico, pero, a su vez, habíamos perdido la libertad.

D. Manuel Azaña  dirigiéndose a las Cortes el 12 de marzo de 1932 decía: “el liberalismo es una disposición de ánimo, o un concepto de la mente, o una doctrina política; pero la libertad es un concepto preciso, técnico de orden político y jurídico con el que el gobierno tiene que gobernar. No con el concepto de liberalismo, sino con la realidad objetiva y legal de la libertad”.

Cuando se inicia la crisis de finanzas en EE. UU. , en 2008, que se extendió rápidamente por todos los países europeos,  trajo consigo la hostilidad hacia la clase política del mundo occidental, por el escaso poder de determinación que tienen los gobiernos sobre los mercados y el gran capital.

Muchas son las sombras que zarandean a Europa en este inicio del S. XXI, muchos los diagnósticos y las recetas, pero el viejo continente está moribundo, pues los bancos multinacionales (apoyos financieros de grandes corporaciones y empresas multinacionales) unidos, incluso, en grandes consorcios financieros de muchos lugares, y los intelectuales oligárquicos internacionales, que manejan a su antojo las bolsas de valores de todo el mundo, asedian cada vez más a los gobiernos y organismos internacionales para dominarlo  todo.

Cuando David Cameron hace hincapié en que los países que están dentro de la zona euro verán sus presupuestos casi redactados por Bruselas y que esto supone un gran cambio, no hace más que poner sobre la mesa una nueva elucidación del concepto de soberanía nacional.

Al fin y al cabo, cada uno va lo suyo. El resfriado de los EE. UU. ha dado como resultado una tos de mal agüero en países endeudados hasta en sus escombros, el paro y la inflación afina sus desalientos entre los más jóvenes, que ya se buscan la vida en aquellos gigantes dormidos (Brasil o China), y nuestro país empieza a girar como un trompo con el optimismo mirando a la emigración, como la única ruta posible ante las trampas tendidas por un ciego, imparable e insaciable liberalismo de mercado.

Peor aún, a los países subdesarrollados que se les condonó la deuda externa  a cambio de ese dios globalizador de las economías mundiales, ahora siquiera pueden consumir sus propios productos, pues estos son importados a mitad de precio por sus propios dirigentes, con lo que la miseria, la hambruna  y la desventura se han instalado como presente y futuro  de esas sociedades, en la que la muerte y el llanto se dan la mano para bochorno de la humanidad.

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