viernes, 6 de agosto de 2010 | Por: Pedro López Ávila

ANDRÉS RUEDA Y YO


A cualquiera que le digan que Andrés Rueda ya reside en Granada, le pueden sobrevenir ideas muy dispares, pero puede que casi todas las relacionen como un alivio ocasional de huir del deudor más peligroso con el que nos enfrentamos todos los días al oír o leer las primeras noticias de cada mañana: El desánimo

Una mañana del mes de mayo, habíamos acordado previamente que vendría a visitarme a Granada y me traería algunos cuadros –entre ellos el de la Alhambra-  que tanto ha rodado por media España, pues era intención suya instalarse en Valencia.

Me comentaba Andrés que sus características psicológicas e incluso morfológicas se adaptaban mucho mejor al clima mediterráneo que a las tierras de Castilla, no por nada, sino porque necesitaba otro tipo de luz, a la vez que me mostraba, con cierta insistencia, el color de su piel,  como si me quisiera decir que sus antecesores genéticos provenían del Mediterráneo y necesitara un aire distinto para respirar de otra manera nuevas brisas que impregnaran sus colores.

Era un domingo un poco complejo para mí, cuando recibí su llamada, pues tenía a un familiar que acababan de hospitalizar, mi mujer estaba realizando un curso, había dejado las llaves dentro de casa , yo que sé, uno de esos días que nos arrastran a que confundamos la tragedia con el desconcierto del momento.

Pero,  a lo que íbamos, llegó Andrés, acompañado de Stella, y con un cargamento de cuadros, dado que su pintura me había envenenado, y yo le había comentado la posibilidad de poner una galería  de arte, fundamentalmente con sus pinturas;  tapeamos ese día y lo dejé en el hotel, con su linda compañera, por si tenía que formalizar otros menesteres (Andrés es muy menesteroso).

Digamos, de paso, que no se trataba de una galería  al uso, sino comprendida como encuentro entre artistas, recitales de poesía, de música dulce, escenificaciones,  y un sinfín de actividades en el que se llegara a realizar una convivencia fructifera entre los tertulianos, oyentes, atraídos por el arte y conceptos temporales (sobre los días que nos quedan)  ; de tal suerte que sus moradores no se sintieran perseguidos por el tiempo, ni que estos huyeran de él.

Al día siguiente , en la mañana, paseamos un poquito por la ciudad, el casco antiguo, y por la tarde se marchó con su compañera a la Alhambra.

A los pocos días, recibo una llamada suya llena de alborozo  diciéndome: ¡vecino, ya somos vecinos! NO me lo podía creer. Había alquilado una casa a cincuenta metros de la galería y esta misma noche me escribe un correo, diciéndome que se está “hincando” unas alitas de pollo con un buen ribera,  mientras contempla desde la terraza de su estudio los últimos restos de nieve en Sierra Nevada.

Estoy seguro que su patria es su nuevo domicilio, que no se habrá despedido de buenos amigos y amigas (como algún otro día no se despedirá de mí), que sus proyectos no tienen prisa, sino que son recortes de azar de los disparates de la vida de los artistas, surgen de forma inesperada. pero en ese corazón errante late un espíritu zarandeado por sueños que nunca llegaron a su destino. MI DESEO, ANDRÉS, ES QUE  EN ESTA NUEVA ETAPA DE TU VIDA, AL MENOS, TUS BÚSQUEDAS SE ROCEN CON TUS HALLAZGOS.
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